Mañana se estrena en los cines de España La Habitación (Room). El domingo de madrugada es probable (al menos así lo quiero yo) que gane alguna estatuilla dorada. Hoy os voy a contar por qué después de algunos días continúo enamorado de esta cinta irlandesa dirigida por Lenny Abrahamson y escrita por Emma Donoghue, que también realizó la novela basada en hechos reales.
Evidentemente, una película de estas características, tan aclamada por crítica y público en diferentes festivales y ceremonias de premios, no ha llegado hasta este tramo del camino sin 118 minutos a sus espaldas que la sostengan de los pies a la cabeza. Pero si me obligan a seleccionar los muros de carga de este largometraje, elijo sin duda a Brie Larson y a Jacob Tremblay, los auténticos protagonistas de una función sólida como el acero y claustrofóbica como una habitación sin salida.
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Las actuaciones de madre e hijo no son sólo correctas y suficientemente académicas como para que la crítica más conservadora y rancia se deleite con ellas. El talento de Larson y Tremblay va mucho más allá y nos sumerge y asfixia entre silencios, tosidos, miradas y llantos desgarradores durante el metraje completo. Ella se tiene que hacer con el premio sí o sí. Él debería estar nominado. Entiendo que nadie en Hollywood quiera otro juguete roto, pero el carisma y la profesionalidad del pequeño Jacob son innegablemente desbordantes.



Sin embargo, también es necesario destacar el mérito de Abrahamson para conseguir dos actos tan marcados, tan diferenciados y tan bien construidos sin que el ritmo decaiga en ningún momento, a pesar de la pseudo-decadencia ya impuesta por la historia en sí. Aunque quiero intentar hacer esta crítica sin spoilers, para que a todos os exploten vuestras cabezas al ver esta obra maestra del 2015, no puedo evitar mencionar cómo la primera parte, más claustrofóbica y llena de tensión, da pie a una segunda parte más abierta y, sin embargo, todavía más agobiante y estremecedora que la anterior. Como público, no tenemos tiempo para descansar.
Muchos critican precisamente esta evidente antítesis, inusual y chocante para el espectador. Yo, sin embargo, me apunto a este juego tan potente de no todo es como tú crees que te agarra, te envuelve y te pone la piel de gallina hasta en el último minuto. No es fácil, teniendo entre manos un contraste tan marcado y peligroso, sostener los hilos sin titubear. Lenny no vacila ni un segundo y desarrolla el cambio con maestría, arriesgando. Su trabajo, de nuevo, es asombroso y valiente; digno de un neurocirujano. Por supuesto, sin la historia, sin los personajes y sin el reparto, nada de esto sería posible. Y es que la redondez y perfección de La Habitación saltan a la vista.



La Habitación nos demuestra que no son necesarios demasiados artificios para contar una historia emotiva; no es necesario caer en el morbo cuando puedes sugerir de manera poética las luces y sombras de un secuestro que dura más de 5 años. Armados y rodeados con talento, una mujer y su hijo narran a través de inofensivos e ingeniosos diálogos de cuento de hadas una desgarradora y perturbadora historia; debes entrar con valor y tripas para comprender la pasión que, como espectador, desprendo en estas líneas. La culpa de esta fascinación la tiene una habitación de la que no todo el mundo sabría salir, ni siquiera estando fuera de ella.
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