La imagen que encabeza este artículo no puede ser más aclaratoria de lo que significa un Oscar tirado a la basura, un Oscar echado a perder, un Oscar de los que se van después de la gala directos al In-N-Out Burger por la carretera que pilla de paso a la fiesta de Vanity Fair. La limousina de princesa por un día (o temporada de premios) que probablemente dé el alto a Lupita Nyong’o ante un ataque de querer comer lo que su publicista le ha prohibido durante meses: un buen trozo de carne. Paradoja es que en los 12 años de esclavitud junto a Chiwetel (o meses, según se entienda la película), la mayor carne que sintió fue otra bastante diferente.
Por eso, veo completamente necesario el poder de mi palabra, aquí, como nuevo redactor jefe de cine en esta web llena de buena intención y gente simpática que lo mismo cubre artículos de cine que nuevas maneras de ligar en redes sociales (eh, no somos BuzzFeed –insertar corazón– , aunque si alguien me quiere dar trabajo, lo acepto).
Esto es pura historia negra de Hollywood, y si para algo sirve que no nos dejen pisar suelo gringo más de tres meses sin trabajar y/o estudiar –seríamos ilegales– es para obsesionarse aún más por lo que hay detrás de la valla. Esa valla se llama Hollywood, y los cimientos sobre los que se sostiene pueden temblar. ¿Por qué? Este domingo, 2 de marzo, la carrera de cine 2013 llega a su fin, y que nadie se vuelva loco si un año más su revolución cinéfila de los últimos meses no besa el oro, porque no será la primera ni la última vez.
1994: Forrest Gump vs. Pulp Fiction. Tom Hanks es a los 90s lo que los 90s son a Pulp Fiction. Dos de las películas clave y definitivas de la primera mitad de la década de Winona enfrentadas. Tres años antes, El Silencio de los Corderos era la sorpresa y el primer thriller en ganar como Mejor Película. Y Forrest Gump se convirtió en la primera feel-good movie –género también denominado pasteloso– en arrasar. ¿Cuál es el problema? Que alguien llamado Tarantino empezaba a molar, y una de sus obras cumbre había ganado la Palma de Oro en Cannes. Pulp Fiction es historia de la cultura pop, y vale, Forrest Gump puede que lo sea, pero son otras ligas.
2005: Crash vs. Brokeback Mountain. Todavía resuena a lo lejos el Crash-azo de Jack Nicholson. Cuando una película con un paso con más pena que gloria durante la carrera empuja por la borda a la película del año el mundo entero se paraliza. Y eso pasó con la caída de la película revolucionaria de 2005. –¿Siguen siendo revolucionarias las historias de amor homosexuales o ya no? Ah, vale, Adí¨le– Alguien tuvo miedo, pero el Oscar como director de Ang Lee le valió por el menosprecio pasado a La Tormenta de Hielo y por toda su vida junta. La Vida de Pi es tema a parte.
2010: El Discurso del Rey vs. La Red Social. Llegó la revolución, los miserables no son de 2012, sino de dos años antes. En un mundo legal y consciente de sí mismo, La Red Social –película que define nuestro comportamiento egoísta y el pan de hoy– era la película del año, pero siempre es interesante estrechar lazos internacionales de política extranjera. O no. Fincher o no Fincher.
Esta es la historia de los Oscars robados, los Oscars que el mundo reclama para otros dueños. Pero al fin y al cabo el Oscar más grande no es otro que el del recuerdo y el respeto. Porque no me taparé la vista con las manos cuando llegue el momento –5:50 a.m., hora española– sino que gritaré por la ventana para que le duela al mundo… o lo tuitearé. (¡Viva Gravity!).
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