No existe fórmula alguna que garantice el éxito televisivo, si no que se lo digan a la malograda Dreamland, cuyos datos de audiencia están siendo nefastos. De ser así, el espectador evitaría el sufrimiento que conlleva enfrentarse a una serie que, finalmente, desaparecerá tal como llegó. De ser así, obviamente, los productores se ahorrarían horas de esfuerzo que, en muchas ocasiones, terminan con una única recompensa: fracaso absoluto.
No existe tal fórmula y, sin embargo, llega el día en que nace un producto explosivo con la etiqueta «éxito» bajo su guión, capaz de convertirse en la propia clave para el triunfo. Y quién le iba a decir a Ryan Murphy en 2009 que conseguiría crear uno de ellos con el sobrenombre de Glee.
Lo tenía todo para triunfar: canciones (clásicos y hits actuales), a través de estudiantes de instituto, con sus vidas llenas de fracasos, desamores y altas aspiraciones. Detrás de esto, un público preparado para convertirse en la mayor base de fans existente, dispuesto a cantar sus canciones y, lo más importante, a sentirse identificado. La idea que logró llevar a la serie a lo más alto fue la de crear unos personajes que representaran todo cuanto un adolescente puede llegar a ser: ambicioso, popular, friki, líder, homosexual, invisible, macarra.
Y así fue, la bomba explotó y el éxito fue instantáneo en cada uno de los aspectos de Glee. Un total de 8 temporadas fueron confirmadas cuando todavía estaba en emisión la segunda; los actores acudían a programas y más programas para contar sus experiencias; los discos llegaron al mercado. Para bien o para mal, Glee estaba en boca de todos, y no parecía que nada fuese a pararlos.
Sin embargo, llegó el fin de la tercera temporada y, con ella, gran parte del elenco principal decía adiós a la serie, aunque no de forma definitiva. Este podría haber sido un buen final; al fin y al cabo, habían sido tres años de celebración, de evolucionar y conquistar. Pero no fue así, y la serie se prolongó durante tres temporadas más –6, que no las 8 iniciales–. ¿Y cómo cubres la falta de personajes prototipo que se han convertido en la base de todo triunfo? Ryan Murphy parecía tenerlo claro: nuevos personajes con características similares a los anteriores.
El problema llega cuando uno se da cuenta de que «más vale malo conocido, que bueno por conocer». Los nuevos personajes no lograron conectar con un público, que, durante tres años, había creado conexiones con sus antecesores; un público que no parecía entusiasmado con la idea de reemplazar lo que había funcionado durante tres temporadas.
Las cifras comenzaron a descender notablemente, gran parte de la audiencia perdió el interés y la muerte de uno de sus actores, Cory Monteith, se convirtió en la gota que colmó el vaso. La frágil base sobre la que se había construido Glee pasó a ser la principal razón de su inminente fracaso.
¿Y qué hacer cuando todo está en tu contra? Simple, sencillo: volver a los inicios, a lo que un día dio lugar a buenos resultados. En tiempos desesperados, soluciones desesperadas. En plena emisión de la quinta temporada, Glee ha vuelto a centrarse en aquellos personajes que trabajaron en los días de gloria –en un intento de evitar el hundimiento–, con la consiguiente eliminación de segundas partes nunca fueron buenas.
El futuro es incierto, y lo que un día parecía un producto explosivo ha perdido su etiqueta. ¿Qué pasará con la serie? Nadie puede saberlo, pero en medio de una tormenta perfecta, llega la reflexión: Glee, ¿todo por el éxito?
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