Sepan ustedes que hay algo peor que hablar con la boca llena. Sepan que están atentando contra las reglas de protocolo cuando utilizan sus teléfonos móviles en la mesa. Hacer fotografías, enviar o leer mails y mensajes, compartir información en redes sociales, recibir o realizar llamadas… Cualquier interactuación con su dispositivo móvil es de mala educación, una falta de respeto hacia el resto de comensales y, por extensión, a los presentes en la sala o restaurante donde se hallen.
Posar el móvil sobre la mesa, con o sin volumen, se asemeja según las claves de urbanidad a depositar cualquier otro objeto más o menos privado que portemos con nosotros. Sería como colocar compresas junto a los cubiertos, un pañuelo usado flanqueando el plato, una lentilla en la cuchara de postre o la prótesis dental en la copa de vino. Cometer tal insensatez deja al descubierto que es un adicto al móvil…
Hombres, mujeres y los de la otra mesa
Rizando el rizo, los hombres deberán colocar sus teléfonos en vibración en el bolsillo interno de sus chaquetas y las mujeres en el bolso. Y solo cabe una excepción para tenerlo cerca (y con vibración o volumen a medio gas): explicando a los compañeros de mesa que se espera una llamada muy importante y, además, pidiendo permiso para atenderla. ¡Ojo! Tampoco se emocionen contando de qué se trata esa urgencia porque tampoco está especialmente bien considerada la indiscreción.
Cuando se produzca esa llamada, por cierto, el protagonista de la incómoda escena debe ausentarse pidiendo disculpas nuevamente y mantener la conversación en un lugar donde no interfiera la conversación del grupo ni sea escuchada la propia por el resto de presentes en el entorno. Según reza el protocolo, a nadie le incumbe ni le tiene por qué resultar interesante la vida de otro -mucho menos si es un maleducado, por supuesto-.
No hay costumbre que valga
Lo lamentamos, esta no es una cuestión que difiera según países como así ocurre con algunas costumbres en la mesa (como sorber en Japón, no usar tenedor en Tailandia más que para arrastrar alimentos, no tocar la comida basura con las manos en Chile, eructar y dejar restos en el plato en China o no pedir sal o pimienta en Portugal si no están previamente expuestas…).
¡Eso sí! Si el entorno que nos ocupa es una reunión de negocios y el momento de la comida o cena es una excusa (aprovechamiento de la única hora que era posible la cita, por ejemplo), los elementos estarán al servicio de la misma. En este caso no es una falta de respeto ni se considera que sea un adicto al móvil.
Bien, llegados a este punto, nos asalta una duda: si existen contextos en que todos los reunidos se permiten utilizar los smartphones y otros dispositivos, ¿no sería aceptable en otros casos? ¿no sería el caso de los negocios extrapolable a una reunión desenfadada entre amigos? Es decir, si todos los presentes usan móvil para todo, hacer fotos de lo que comen para subirlas a Instagram, hacen checking en un local y lo cuentan por Twitter, envían whatsapps a los que faltan o con alguien con quien tengan un tonteo… ¿tampoco se puede? Pues bien, solo con que a uno de los presentes le molestara, la respuesta es no.
Enfermos de phubbing y nomofobia
A estas alturas del texto casi todos estarán con sus manos en la cabeza (especialmente ese más del 81% de usuarios que lo mantiene encendido durante todo el día, según un estudio de OfCom). Pues sepan ustedes también que están gravemente enfermos de phubbing y muy probablemente de nomofobia.
El phubbing (palabra surgida de la suma de phone y snubbing) se traduce directamente en menospreciar a las personas que nos hacen compañía usando el smartphone. Es más, la corriente que ha acuñado el término apela a aquello de «el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento». Si alguien no es consciente de la falta o no conoce el protocolo, no le libera de resultar maleducado.
El movimiento en contra del uso de móviles en la mesa y otros entornos (como teatros, cines, restaurantes y hasta autobuses) culminó hace hace algo más de dos años en la web stopphubbing.com con cerca de 29.000 seguidores en la fanpage de Facebook y con 38.000 votos a favor de cortar las alas a la mala educación… La web, incluso, brinda la posibilidad de personalizar una carta y enviarla directamente a aquellos amigos y conocidos con el propósito de concienciarles.
Muchos restaurantes a lo largo del mundo han apostado por diseñar manteles con bolsillos o dibujos delineados donde depositar los móviles durante los ágapes. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría apuesta por el cliente con larga y productiva vida virtual, aquel que compagina su vida social con su vida en las redes sociales. Así, wifi gratuito y público y puertos usb y enchufes para la recarga de batería están a la orden del día. Cada vez más.
Pero esta permisividad, esta condescendencia a saltarnos el protocolo con total impunidad, ¿dónde nos lleva? ¿A este bol anti-soledad?:
A priori nos lleva a la nomofobia. Esto es, a sufrir de desasosiego, ansiedad, jaqueca, enfado, bloqueo mental, social y laboral y hasta desarrollo de sentimiento de culpa y pérdida de autoestima en caso de quedarnos sin móvil. Si lo dejamos en casa por descuido y estamos obligados a desenvolvernos durante el resto del día sin él, si lo perdemos, si nos quedamos sin batería y sin opción de recarga a la vista, si se estropea… ¡Es un adicto al móvil!
Si lo analizamos, asusta. Así que por protocolo o por salud, ¿no intentarían ustedes al menos una vez al mes a probar aparcar el móvil? ¡No lo dejen en casa, no lo apaguen, no hace falta ser tan radicales! Probemos a dejarlo en el bolsillo o bolso y, quién sabe, igual descubren sabores nuevos o que aquel chico nuevo en el grupo tiene los ojos bonitos o aquella chica sonríe cuando le mira.
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